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Durante años, la formación artística de los estudiantes de Bellas Artes incluía una visita a Roma, y muchos de los estudiantes de la Academia de San Fernando estuvieron becados allí para aprender del estilo clásico y perfeccionar sus habilidades. Era algo así como el Erasmus del siglo XVIII, aunque estos estudiantes tenían que mandar regularmente sus trabajos a la Academia para que los profesores evaluaran su progreso. En un momento en el que observamos como algunas tradiciones recientes se tambalean, descubrimos que sus raíces se remontan a tiempos casi remotos. Lo de irse al extranjero a estudiar, vemos, ha sido y será siempre una excelente forma de aprendizaje.
El Museo del Prado, ni mucho menos con la intención de hacerse eco de mi opinión, nos lo demuestra con la exposición Roma en el bolsillo. Cuadernos de dibujo y aprendizaje artístico en el siglo XVIII. En ella, podemos apreciar los cuadernos de viaje y estudio de ocho estudiantes que pasaron temporadas copiando modelos clásicos en la capital romana entre los años 1758 y 1764. Es interesante ver como los estudiantes tenían un itinerario de estatuas de dibujo obligatorio, mientras que los dibujos libres dejaban ver cuáles eran sus intereses más personales. A la exposición se le suman los cuadernos de algunos otros estudiantes europeos que completaron estancias en Italia como parte de su aprendizaje artístico, así como los cuadernos de Goya, quien formó parte de la Academia y de quien contamos también con un cuaderno de viaje a Roma, aunque a él no le hizo falta ir becado. En este enlace que os pongo a continuación (clicando en la palabra), una magnífica aplicación del Prado nos permite apreciar los diseños del cuaderno de Goya.
En Parkstone te presentamos, como buen acompañamiento a esta selección de cuadernos de dibujo, nuestra próxima obra 1000 Dibujos de genio, en la que damos un repaso a la historia del dibujo como arte y hacemos hincapie en la importancia del dibujo como método de aprendizaje y perfeccionamiento no solo del artista, sino de la obra también, ya que muchos dibujos sirven para observar defectos o, simplemente, mejores maneras de organizar la presentación del objeto del cuadro. Ya sea en Roma o en otro lado, perfeccionarse practicando con los modelos ideales, allá donde estén, siempre será una labor digna de ser respetada y estimulada.
Yo me imagino que esta pregunta se la tienen que haber hecho los pintores de marinas desde tiempos inmemoriales. Porque de la misma manera que con un retrato se pretende no solo reflejar el parecido físico del retratado sino también un cierto parecido psicológico ―por otra parte, lo único que pasará a la posteridad―, con el mar, de la misma manera, lo que se pretenderá es retatar su parecido: color, orilla, lugar, elementos situados en él, así como su estado: oleaje, espuma, nivel, etc.
Hace no mucho, el Reino Unido eligió como el mejor cuadro de su historia el no tan conocido, en nuestro país, El Temerario remolcado a dique seco de J.M.W. Turner. Con esta decisión Turner quedó así coronado como el artista inglés por excelencia y como reconocimiento a semejante hazaña, se empleó el símbolo más visible de la propaganda británica, el hombre más elegante y con más recursos, James Bond, para mostrar en su última película, Skyfall, las similitudes del espía con el sujeto del cuadro mencionado. Una genialidad más de los guionistas de las películas de acción a las que nos tienen acostumbrados últimamente.
Esta momentánea incursión en la fama del celuloide no le puede quitar mérito a Turner sobre lo que sí supone un reconocimiento artístico en vida y posterior. Turner es uno de los artistas que mejor ha sabido representar el mar, gracias a su mejorada técnica con las acuarelas, y que más ha sabido expresar sus diferentes estados. Situaciones como las que nos presenta Turner en sus mares y océanos nos arrastran en una espiral de emociones tan reales como si las gotas saltaran del cuadro y salíeramos del museo con los pelos alborotados por la ola que nos tiró al suelo. O sintamos la paz y la calma que su detenida visión nos proporciona en determinados momentos. Uno de los mejores consejos que oí de un padre a un hijo decía que cuando se acumulen los problemas lo mejor es mirar al mar, que como nunca se queda quieto, nos ayudará a recordar la naturaleza pasajera, así como dual, de las cosas, pues no por menos el mar es uno de los pocos sustantivos que permite el género femenino y masculino.
Así que si quieres entretenerte disfutando con las cosas de la mar y los marineros, no olvides pasarte por el National Maritime Museum de Londres antes del 21 de abril. Allí encontrarás una excelente exposición sobre Turner, Turner and the Sea, que ha conseguido reunir cuadros suyos que no se habían visto en Gran Bretaña desde hacía 40 años. Y si puedes hacer el viaje hasta allí en barco cuando llegues no habrá ni quien te tosa, capitán. Lo que nosotros te proponemos es cualquiera de nuestros volúmenes sobre Turner escritos por Eric Shanes en los que podrás comprobar la fuerza de las marinas de un genio del color.
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La verdad es un mensaje que se repite muchas veces. No sé de dónde viene esta frase que me martillea en la cabeza, solo sé que todo en ella es cierto. Habrá otras maneras de descubrir cuál es la verdad, pero preferimos desembarazarnos de ellas como si fueran fruto de una violación de la mente, que necesita esforzarse para engendrarlas. Mi mente es mía y la desuso como quiero. No podemos preocuparnos por esas cosas. Predomina la insistencia como forma de modelar la realidad. Si el mismo mensaje se reitera y nos alcanza por diferentes vías, mucho mejor, más verdad será su contenido. Solo me creo lo que oiga ciento y una veces. Este dogma que nos permite respirar con tranquilidad, mimetizando su carácter necesariamente repetitivo, sirve para expresar al mismo tiempo la igualdad y la diversidad, qué tremenda paradoja: más de lo mismo puede servir para darnos cuenta de que no todo es igual.
Todo esto viene porque a lo largo de la historia del arte ―¿de qué os pensábais que estaba hablando?― han sido muchos los que por medio de la repetición han buscado profundizar en el mensaje de la variación en la repetición; minimizar el significado de la representación y al mismo tiempo promulgar una teoría del color como principal elemento constitutivo de verdad y propagador de mensaje. Todo esto que se reduce a pintar lo mismo muchas veces en diferentes momentos del día, de la vida o desde diferentes ángulos es una metáfora perfecta de lo que sucede en muchas ocasiones con nuestras vidas, en que los eventos se suceden consecutivamente sin apenas variación, pero en los que el color y la luz de cada día nos permite encontrar una fuente de energía.
Algo de esto debe ser lo que han pensado los curadores de la exposición Van Gogh, Repetitions que tiene lugar actualmente y hasta el 2 de febrero en The Phillips Collection, Washington. En ella se acercan de nuevo al genio, famoso por su excéntrica, impulsiva y trepidante manera de pintar, con una perspectiva novedosa: la repetición en sus obras, la de dibujar un boceto y traspasarlo al liezo, de pintar algo una y otra vez, de copiar un cuadro de algún otro artista. Con ello pretenden descubrir los secretos de la forma que tenía Van Gogh de crear un cuadro y proponernos una mirada detenida y pausada de aquellas obras que por ubícuas comienzan a perder un cierto valor de estudio.
Nosotros en Parkstone te proponemos cualquiera de nuestros volúmenes del artista, escrito por Jp. A. Calosse (en inglés) o escrito por el mismo Van Gogh. No dejes que la insistencia de la rutina pueda con tu capacidad de distinguir la verdad que se oculta tras lo que vemos a diario. Cuando nos repiten mucho una cosa hay que preguntarse por qué. Los artistas lo tenían claro, me pregunto yo si en todos los estratos sucede lo mismo y si ellos sí, ¿somos nosotros capaces de distinguir la intención de unos y otros?
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El Denver Art Museum le está dedicando una exhaustiva muestra al arte francés. Aunque su reclamo no sea un alarde de originalidad (los impresionistas), trata de reunir arte anterior al siglo XIX para tratar de establecer una especie de hilo que una la riquísima tradición del arte francés. Ha titulado la exposición Pasaporte a París. La exposición son el realidad tres. Este repaso al arte francés está conformado por sendas muestras más pequeñas: De la corte al café, La naturaleza como musa y Sala de dibujo.
Me da por comparar la mirada que los museos americanos proyectan sobre el arte francés y la visión que se tiene del arte español. Sin duda, ambos son admirados y cuentan con figuras de primerísima fila, pero pareciera que en el caso de los artistas españoles la calidad dependiera más de su grado de hispanidad que de su talento real. Como bien ha señalado en más de una ocasión Francisco Calvo Serraller, el descubrimiento tardío del arte español por parte de los europeos tuvo mucho de exotismo romántico, el mito de la veta brava: violencia, superstición, toros, religión, etc.
Pienso en la pesada carga de la españolidad del arte español, pero al leer el texto de la exposición de Denver he caído en la cuenta de que, en realidad, no hay nada a salvo de los tópicos. El arte francés también debe cargar con su particular losita, en su caso el sempiterno café. Bien, como todos los tópicos, éste tiene su parte de verdad: quién va a negar el papel que han jugado en la cultura moderna las tertulias de los cafés. Pero me resulta excesiva la importancia que se le concede, como si la tertulia en el café fuera sólo cosa de artistas e intelectuales. (Algunos de los momentos más felices de mi vida, y de muchos, me figuro, los he pasado charlando tranquilamente en una cafetería antigua de Madrid)
Al margen de todo esto, lo que siempre quedan son las obras. Claro que una exposición siempre tiene que ver con elaborar un discurso, a veces con intenciones poco afortunadas –“Pasaporte a París reúne obras de las estrellas de rock del mundo del arte”, comienza el texto de presentación– pero a cuánta gente verdaderamente le interesa eso. Al final, sólo quedarán las obras. Uno de los reclamos de esta exposición es que presenta juntos un importante número de cuadros de Monet. Como nos tememos que a muchos de nuestros lectores les va a ser imposible viajar a Denver, les ofrecemos este libro con muy buenas reproducciones de obras del maestro.
R.C.
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Las cosas en la historia del arte no siempre se aprecian de la misma manera. La exposición recién inaugurada en la National Gallery de Londres, Strange Beauty. Masters of the German Renaissance, es buena prueba de ello. El aficionado de hoy no dudaría, al margen de sus preferencias particulares, en situar a Durero y Cranach a la altura de los grandes artistas italianos de la misma época, pero esto no siempre fue así. En 1854 la National Gallery de Londres adquirió 64 obras alemanas de los siglos XV y XVI, pero al cabo de sólo dos años 37 de esas piezas fueron desterradas de su colección. Por inverosímil que parezca, el asunto llegó al Parlamento inglés, y fue allí donde se expedió el acta que autorizó la salida de esas 37 obras de la galería londinense. La decisión fue fruto del consenso artístico de la época, que consideraba que la pintura renacentista alemana era infinitamente inferior a la italiana, cuando no directamente “fea”.
La historia del arte es muy parecida a la historia a secas, sobre todo porque ambas transmiten una lección muy valiosa: que las cosas no siempre han sido iguales. A veces las conclusiones más pedestres, como esta que acabo de exponer, son las más profundas. Hoy uno se pasea por los museos y ve obras de Van Gogh o de Gauguin y lo considera lo más normal del mundo. Pero uno no es consciente de todo su valor hasta que no aprende que, en el momento de hacerse, esas mismas obras no interesaban a casi nadie. En Inglaterra, a la vez que surgía un violento rechazo a la pintura de los prerrafaelitas, tenía lugar un escándalo similar en relación no ya con jóvenes insolentes, sino con artistas que habían muerto hacía tres o cuatro siglos. Esta es una valiosa lección.
A cualquier estudiante de arte hoy le enseñarán a apreciar a Botticelli y a Rafael, pero también a Cranach y Grünewald. Tendemos a proyectar nuestra visión contemporánea sobre los acontecimientos del pasado, y este es el error más grave que puede cometer cualquier historiador. Donde nosotros ahora apreciamos genio, destreza o expresividad, los espectadores del siglo XIX quizá sólo veían que aquellas pinturas alemanas eran más toscas y menos bellas, en el sentido tradicional del término, que las de los italianos. Desde luego que desde entonces hemos ampliado nuestro campo de apreciación estética, para bien, pero no podemos zanjar el asunto diciendo que antes de llegar nosotros la gente era más tonta. Una exposición como la de la National Gallery debería, más que ensalzar el Renacimiento alemán –cuyo valor ya está asentado–, hacer ver al espectador que lo que uno toma por buen gusto no siempre fue tal y que lo que ahora es aceptado como valioso puede pasar con el paso de las décadas a ocupar el puesto de nota al pie o curiosa extravagancia.
En nuestro catálogo podrás encontrar numerosas obras sobre el Renacimiento que te servirán para comparar el arte producido dentro y fuera de Italia en los siglos XV y XVI.
Rubén Cervantes Garrido.
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